jueves, 15 de abril de 2010

NUNCA HAY DERECHO A LA CALUMNIA

Cuando en Madrid han florecido los almendros y la Pascua nos ofrece un tiempo espléndido arrecian los nubarrones informativos que tratan de ensombrecer al Papa y a la Iglesia. La prensa amarilla ataca con grandes titulares. Titulares que luego no corresponden a la realidad de los hechos.

Pero desde el Papa Benedicto hasta el último de nosotros tenemos que hacer un acto de humildad y saber estar a las duras y a las maduras. Cuando vemos que alrededor nuestro, muy cerca se han producido delitos graves de cualquier género no podemos ni debemos “hacer la vista gorda” ni “aplicar la doble moral” ni “establecer la ley del embudo”. El Papa está sufriendo. No hay nada más que ver el rostro que presentaba en las recientes celebraciones litúrgicas del Triduo Sacro.

Hace tiempo, lo dijo Juan XXIII y para eso lo convocó el Concilio Vaticano II, “hay que limpiar el polvo de la Iglesia acumulado por el paso los años” y de los que somos Iglesia. Algunos creemos que una parte de la Iglesia ha querido y quiere enterrar las conclusiones del Vaticano II. Es una pena. Otros pensamos que tiene que haber más TRANSPARENCIA en nuestra querida Iglesia. Deberíamos pedir que nuestros Obispos, nuestra Iglesia, nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias sean aún más limpias, más transparentes, más demostrativas de que viven el Evangelio con todas sus consecuencias. No se trata de proclamar simplemente la palabra de Jesús en medio de una gran parafernalia litúrgica, sino de vivirla encarnada en nosotros en el día a día y en hacerla compromiso de actuaciones.

Por eso, nunca hay derecho a la calumnia. Estamos hartos de la acusación generalizada por los abusos sexuales, triste realidad de una minoría con la que nos vapulean en los medios de comunicación nuestros adversarios como trofeos de una guerra sucia.

Queridos Feligreses:

A mí que he vivido la experiencia y la tentación del dinero, me preocupa ante esta ola de corrupción el uso del dinero que nos confían nuestros feligreses, fieles y donantes. Fruto a veces más del sacrificio que de la abundancia.
En medio de las circunstancias que nos está tocando vivir en nuestro país los políticos, los empresarios y hasta algunos miembros de la Iglesia nos salpican con el título de “sobrecogedores”. Esto es muy triste.

Vivir de la justa retribución del trabajo y de la buena fe. Dar cuenta de lo que se recibe y en que se usa es una necesidad palpable y un testimonio de la recta comunicación cristiana de los bienes. ¿Cuántas diócesis, parroquias, instituciones rinden cuentas anuales a sus fieles? ¿Qué obispos presentan sus declaraciones de bienes?¿ qué uso se da al patrimonio y cual es de estos dones que constituyen muchas veces la cruz y la corona de quienes los administran?

Si bien el patrimonio de la Iglesia es en muchos casos espectacular y patente no es fácil mantenerlo, administrarlo y actualizarlo para las necesidades de nuestro tiempo. Pero por nuestro afán de ocultismo muchas veces nadie echa en cuenta la austeridad en la que viven miles sacerdotes, conventos e instituciones eclesiásticas y militantes cristianos. Los que por su condición y por su trabajo tienen abundancia de bienes deberían tener en cuenta el precepto de la Iglesia sobre el diezmo a la comunidad.

Entre reflexión y reflexión, queridos ciberfeligreses, no está mal que algún día sea menos romántico y más pragmático. Otro día hablaremos de la devaluación de las personas incluso por sus mismos superiores en tanta institución de la Iglesia donde prevalece el “agere contra”, es decir, el “hacer la puñeta” a tu hermano más cercano con la disculpa de “santificarle”.

Un saludo de vuestro Párroco

luisdelezama@santamarialablanca.es