miércoles, 3 de marzo de 2010

HEMOS VUELTO DE TIERRA SANTA



Hemos vuelto de Tierra Santa
Convencidos de que Jesús es otro Jesús y no aquel que nos habían pintado tan Dios que parecía inalcanzable.
Jesús en Galilea ha dormido en la misma alfombra que nosotros y ha recostado su cabeza sobre la misma piedra.
Los 42 peregrinos de la Parroquia hemos asistido a una mesa de comunión insospechada. En la gruta de la Anunciación en Nazareth nos acercamos tanto a la mesa del altar que parecíamos testigos invisibles de su presencia. Recién llegados, era el primer día, empezamos a percibir que algo nuevo iba a pasar en nuestras vidas.
Las palabras de “nacer de nuevo” se repetían donde quiera que estábamos: el monte de las bienaventuranzas, la barca en el lago, las calles y la sinagoga de Cafarnaúm…Todo era nuevo para nosotros bajo una adelantada y primorosa primavera que cubría los campos de flores amarillas y de brotes de retama verdes. Parecía como que habíamos peregrinado a Tierra Santa a enterrar un hombre viejo y caduco, un cristiano hecho de rutinas y cumplimientos.
Es que es así. Es que peregrinar a los lugares sagrados, a la Tierra de Jesús, es descubrir el cristiano nuevo que no puede contenerse en odres viejos.
La transformación se produce en el paso de los días. ¡Te acuestas rezando penitencia y te levantas cantando Gloria! No sé qué especial sentido tiene el seguimiento meditado de estos ejercicios espirituales en Tierra Santa que transforman a quien los sigue en hombre libre, en nueva fe y en una inenarrable confianza.
El Jesús que camina dentro de mí subiendo a Jerusalén no es humillante ni humillado. No es un ser lejano que sufre e induce a compasión de los más impíos. No, no es lástima lo que siento en la Vía Dolorosa. Es amor. Un amor profundo que hace dulce la pena de por quién ti sufre e induce a ser compartida.
Aquí todo el camino es oración. Aquí la contemplación es fácil. Aquí la fe nace de la escucha. Es la Palabra hecha Carne y que habita entre nosotros lo que consuela a este ciudadano del siglo XXI.
Es cierto que Israel ha hecho el MUSEO. Pero el MUSEO –el gran parque temático de Dios- no funciona sin el MENSAJE. Es el mensaje cristiano el de Dios hecho hombre, el que llama la atención y hace a las piedras vivas por encima de su arqueología. Lo demás, las piedras solas, no hablan.
Por eso me da igual que Israel haya mejorado, que las carreteras sean más modernas, que los zocos estén llenos de regalos, que los domingo huelan a McDonald’s y Coca-Cola, que los kibutz dejen de ser revolucionarios.
Hacia nuestras grandes basílicas cristianas sin personas empobrecen el mensaje. El mensaje necesita protagonistas de hoy, como tú, como yo, como estos 41 peregrinos que me han acompañado. Como los miles de personas que hemos encontrado en el camino descubriendo que Jesús era Dios.

Eso es lo que vale. ¡Por eso hemos vuelto transformados!

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